viernes, 11 de enero de 2008

Economía e Historia del Arte 5: La Tejedora, de Joan Planella



Título: La Tejedora.
Autor: Joan Planella y Rodríguez.
Fecha: 1882.
Lugar de conservación: Barcelona, colección particular.

Hablando en la clase de hoy sobre los llamados “orfanatos ingleses” donde se obligaba a trabajar a los niños huérfanos o expósitos casi en régimen de esclavitud sobre todo durante la segunda mitad del siglo XIX. El fenómeno del trabajo infantil no fue exclusivo de Inglaterra; de hecho, se produjo en la mayoría de Europa en las primeras décadas de la revolución industrial este cuadro es un ejemplo de ello: representa a una niña que no llegará a los diez años, trabajando en una fábrica de una industria textil de la Barcelona de 1882.

Este cuadro es uno de los mejores ejemplos de la pintura realista española. El Realismo en el arte, al igual que en la literatura, nos otorga valiosísimos testimonios de la vida de la época, reflejando la realidad como si de una fotografía se tratara. El realismo surgió en la segunda mitad del siglo XIX, hacia 1848, como reacción contra el boato y la frivolidad del Romanticismo de la etapa anterior. Se opone a la idealización con la que el Romanticismo presentaba los acontecimientos y la sociedad, y se centra en representar la realidad lo más fielmente posible, centrándose en temas de índole social y de la vida cotidiana, sobre todo de las clases más desfavorecidas: campesinos, trabajadores de las fábricas o, simplemente, gentes comunes sorprendidas en mitad de sus afanes y tareas cotidianas. Gustave Coubert (1819-1877) y Jean François Millet (1814-1875) son sus representantes más importantes.

La situación de los trabajadores de las fábricas podría llegar a considerarse como de semi-esclavitud en general, pero, cuando nos fijamos en los más indefensos de aquella sociedad, los niños, se demuestra que su situación llegó a límites extremos. Cuando se produce el traslado masivo de las familias del campo a la ciudad para trabajar en las fábricas, había una gran demanda de mano de obra, pero, una vez llegados allí, se veían obligados a sobrevivir en la más absoluta pobreza y cualquier miembro de la familia que, casi literalmente, pudiera mantenerse sobre sus piernas era enviado a trabajar, incluyendo, por supuesto, a los niños.

Niños de tan sólo seis años trabajaban largas horas por una paga mísera, muy por debajo de las de los adultos. Según los diferentes estudios, los niños llegaban a trabajar hasta 18 horas al día, con una única hora completa de descanso. Aunque este horario es extremo, no era raro que los niños trabajasen de 12 a 14 horas con los descansos mínimos para sobrevivir. No sólo están sometidos a este largo horario, sino que también trabajaban muy duramente, sin seguridad de ningún tipo, ni siquiera sanitaria o higiénica. Además, trabajaban con material peligroso y pesado, por lo que los accidentes en que los niños eran heridos o muertos no eran raros en las fábricas del momento.

Los niños obreros estuvieron casi a la total merced de los dueños de las fábricas en Inglaterra hasta la llamada “Factory Act” de 1833. En ella se establecía que los niños debían cobrar un tercio de lo que hacían los adultos, en vez de que sus patronos pudieran decidir sus sueldos o, incluso, no pagarles en absoluto. Pero en el caso de los huérfanos, este punto solía ser obviado: bajo la excusa de que sus patronos les daban cobijo, comida y vestido, no les pagaban su trabajo, utilizándolos como verdaderos esclavos y a menudo eran maltratados y golpeados si no se comportaban o no cumplían las expectativas de producción. Se sabe que uno de los castigos que habitualmente se les administraba era el “Be weighted”, como es denominado en inglés: se le ataba al niño algo pesado en el cuello según la pena impuesta y le hacían caminar por toda la fábrica para que otros niños le vieran y tomaran ejemplo, castigo que llegaba a durar más de una hora; este castigo podía provocar importante lesiones de espalda y de cuello y perjudicar irremediablemente su crecimiento.

Pese a que el trabajo infantil estaba generalizado, hubo personas que lucharon para que se aboliera el trabajo de los niños o que, al menos, se mejoraran sus condiciones de vida. La citada anteriormente “Factory Act” de 1833 fue el primer paso serio. Aparte de regular la obligación de pagarles un sueldo, se imponía la edad en la que podían empezar a trabajar (no antes de los 8 años) y las horas que debían hacerlo según su edad: los niños de 9 a 13 años sólo podían trabajar 8 horas al día y de los 14 a los 18 no más de 12. Además, los niños deberían ir a la escuela al menos dos horas diarias. Además, el gobierno puso oficiales para que controlaran que estas condiciones se cumplieran, aunque de hecho se siguieron produciendo los mismos abusos.

El trabajo de los niños era fundamental para las fábricas de la época. Los niños, mano de obra baratísima y generalmente eficiente, resultaban muy rentables para los empresarios, por lo que en general no se cumplieron las medidas dictadas por el Gobierno. Las ínfimas condiciones de trabajo tuvieron importantes consecuencias, pues la mortandad de los niños que allí trabajaban fue enorme, tanto por los accidentes como por la pésima alimentación y la falta de descanso, que les exponía a todo tipo de enfermedades como la tuberculosis que hacían que muchos de ellos murieran antes de los veinte años. Además, ese horrible tipo de vida conducía a los trabajadores a la delincuencia y al alcohol, provocando una gran inseguridad social en el ámbito de los trabajadores y una degradación total del modo de vida imperante. Como demuestra este cuadro, este tipo de trabajo también se dio en España de manera generalizada en las zonas industrializadas, que correspondía sobre todo a la zona de Barcelona y en la industria del País Vasco, Navarra y Vizcaya.

El trabajo infantil no se comenzó a abolir hasta las primeras décadas del siglo XX, en distintas fechas dependiendo de los países, dado que debemos recordar que, todavía en la actualidad, los niños se ven obligados a trabajar en los paises más desfavorecidos del mundo, muchas veces en condiciones infrahumanas y que debemos seguir luchando en contra esta abominable explotación de la que no debería ser objeto ningún niño del mundo.

Por último y para terminar, una de las mejores películas, altamente recomendable para conocer las condiciones de trabajo durante la Revolución Industrial es Germinal, basada en la obra de Emile Zola, dirigida por Claude Berri y protagonizada por Gérard Depardieu.


Bibliografía:

Honour, Hugh & Fleming, John: “Historia mundial del arte”, Akal, 2004.
Floristán, Alfredo (coord.): “Historia Moderna Universal”, Ariel, 2004.




Rocío Martínez López

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