miércoles, 13 de febrero de 2008

BALANCE FINAL DE LA ASIGNATURA

Al comenzar este curso mi desconocimiento acerca de la economía en la Edad Moderna era prácticamente completo. Nunca antes había estudiado economía, salvo algunas pinceladas muy generales que se estudian en relación a otras disciplinas. Ahora que ha finalizado la asignatura puedo decir que he logrado entender multitud de conceptos que anteriormente no entendía. Si bien es cierto que la economía no es un tema que despierte en mí un especial interés, he de decir que no me ha supuesto ningún esfuerzo extraordinario asistir a clase y seguir la asignatura. Esto es debido al método que hemos llevado a cabo.

En cuanto a esto, me parece un método muy interesante. Se aprende mucho más, sobre todo acerca del tema tratado en el trabajo. Haciendo un balance final, creo que todos nos hemos quedado con las ideas generales impartidas en clase, y nos hemos convertido en pequeños especialistas de cada uno de los temas en los que se ha centrado el trabajo de grupo.

Respecto al trabajo en grupo, he de decir que la experiencia ha sido buena en general. Cuando el profesor planteó el primer día de clase la posibilidad de hacer trabajos en grupo yo tuve mis dudas, ya que anteriormente no había tenido buenas experiencias. En este caso, la comunicación entre todos los miembros de mi grupo ha sido buena y no hemos tenido grandes problemas. El hecho de elegir la opción de hacer trabajo en grupo creo que es algo muy sacrificado, ya que te obliga a mantenerte al día para no perjudicar a los demás. Esto no tiene por qué ser un aspecto negativo. Incluso, adquieres una dinámica de trabajo que puedes emplear en otras asignaturas. Por otro lado, estoy de acuerdo con mi compañera Elena en que si todas las asignaturas siguieran este método, sería muy difícil abarcarlo todo.

En cuanto al blog, me parece una idea totalmente innovadora y muy interesante. Es algo que da opción a comunicarse libremente, lo cual no se puede hacer en cualquier otra asignatura.
También es importante señalar el trato tan directo que el profesor nos ha dado y que queda demostrado en el hecho de conocer cada uno de los nombres de los miembros de clase. Yo, personalmente, es la primera vez que veo algo así en la universidad.

En definitiva, el balance final de esta asignatura es muy bueno. He aprendido bastante acerca de la economía en la Edad Moderna, y en especial sobre su fiscalidad, tema en torno al cual giró nuestro trabajo. Además, he estrechado lazos con los miembros de mi grupo y he comprobado que la clase no es sólo un sitio al que vas a tomar apuntes, sino que también puedes expresarte e intercambiar opiniones.
Iciar Fernández Rodríguez

Conclusiones de esta asignatura

La verdad es que nunca me ha entusiasmado la economía y no le he dado la mayor importancia, pero lo cierto es que tan importante es conocer la economía de una época como cualquier otro ámbito ya que la economía incide en la sociedad, en la mentalidad, en la política… Empezamos sentando las bases para poder avanzar en la asignatura viendo las distintas corrientes y teorías económicas, que como es lógico van avanzando a medida que pasa el tiempo pero también son muy variopintas según el lugar donde se desarrollaron incidiendo en esto los aspectos sociales y políticos de cada región. En el pensamiento económico tuvo mucho que ver la herencia medieval, concretamente del derecho romano y la tradición judía, destacan en este sentido Santo Tomás de Aquino y Nicolás de Oresme, preocupados por cuestiones tales como el precio justo, la usura, la moneda y el propio comercio.

La agricultura ha sido otro de los temas estudiados, era la actividad principal en la Edad Moderna y por eso no hay que quitarle importancia. Seguía siendo una agricultura muy rudimentaria, tanto en técnicas como en instrumentos, pero poco a poco y en determinadas regiones se iban introduciendo cambios que con el tiempo hicieron evolucionar esta agricultura. Se tiende a ver la agricultura como ejemplo de costumbrismo y anti-evolución, si bien ateniéndonos a su particular forma de vida y necesidades, podemos considerarlo como una forma de adaptación constante a un medio hostil, imprevisible y en continuo cambio. Hay que entender al campesino en su planteamiento de evolución restringida porque si bien la sociedad urbana contaba con una mayor protección, excedentes de producción y una posición relativamente acomodada, el trabajador rural no contaba con esos privilegios y cualquier evolución errónea podía poner en serio peligro su subsistencia.

Por último dimos unas pinceladas respecto a la industria pero debido a que se acababa el tiempo no pudimos completar este tema, para ello tenemos los trabajos de nuestros compañeros centrados en este ámbito.

Respecto al método de impartir esta asignatura pues me ha gustado bastante, es una forma distinta de dar clase se hace más entretenido, pero pienso que si el resto de asignaturas se impartieran de igual forma acabaría siendo bastante duro porque se requiere más esfuerzo, no es la típica asignatura a la que vas yendo a clase durante el curso y en los dos últimos días antes del examen estudias para que a la semana se te haya olvidado mucho de lo estudiado (es bastante lamentable pero es así…). El hecho de que los alumnos puedan participar en los temas que se tratan está bastante bien porque te vas enriqueciendo con las opiniones de unos y otros, aunque no soy la más indicada para hablar de debatir en clase ya que nunca tenía nada para aportar, lo que he ido aprendiendo me lo he llevado de esta clase día a día. Cuanto más participativa es una clase, más entretenida se hace, y esto, en mi opinión, es muy importante para una asignatura como esta (ya que la economía no es mi fuerte). Respecto al trabajo bueno, ha sido una buena experiencia, aunque yo sigo prefiriendo trabajos individuales, aun así la experiencia de trabajar en grupo no es mala, he tenido la suerte de tener buenos compañeros para ello. Las presentaciones creo que son buenas para nosotros de cara al futuro, aunque yo particularmente sigo teniéndolas pánico. Lo bueno es que entre unos grupos y otros hemos hecho distintos trabajos sobre distintos temas a los que podremos recurrir siempre que lo necesitemos, yo ahora que he terminado con mis exámenes voy a ver si en ratillos que tenga voy leyéndolos. Respecto al blog ha sido otra experiencia interesante a la que no estamos acostumbrados, a través de los distintos blog hemos podido ir enriqueciéndonos un poco más sobre la materia, aunque ya en las últimas semanas entre los exámenes y demás se deja un poco más abandonado.

Bueno pues no tengo mucho más que decir, que después de todo no ha sido una experiencia tan horrible como imaginaba.

Elena Fernández Rubio

lunes, 11 de febrero de 2008

Fin del cuatrimestre

Al principio del presente curso, la historia económica de la Edad Moderna era para mí poco menos que un enigma. Si bien sabía lo básico, que había podido averiguar leyendo libros sobre mis temas históricos preferidos, cualquier conocimiento más allá de la superficie me era ignoto. He de reconocer que nunca me ha interesado mucho la historia económica; siempre me he inclinado más por la historia política y social de la Edad Moderna, pero creo firmemente que todos los aspectos de la vida y de la historia están relacionados, que son importantes para conocerla desde su sentido más global hasta su aspecto más anecdótico, y me parecía importante conocerla. He aprendido bastantes cosas en esta asignatura, aunque he de reconocer que, obviamente, mucho más sobre la materia de mi trabajo que sobre el resto de los aspectos de la misma. Dada mi casi absoluta ignorancia sobre el tema, he tenido que hacer un gran esfuerzo por intentar mantenerme al día y he tratado de hacerlo lo mejor posible, tanto en el blog como en el trabajo, suponiendo esta asignatura un verdadero reto para mí. Sobre todo el blog me ha parecido una variación muy interesante: el poder poner y ampliar libremente cualquier aspecto, por poco ortodoxo que este fuera, no es algo que habitualmente se nos permita. De igual modo, el profesor está muy pendiente de nosotros en todos los aspectos, algo que es de agradecer, y también nos da confianza para intervenir en clase, si bien en los debates llevados a cabo, hablando muchas veces sobre temas mucho más avanzados a su nivel de conocimiento, no tuve muchas oportunidades de intervenir, pero se agradece la atención a los alumnos.

Los primeros días de presentación he de reconocer que nos dejaron asustados, al menos a mí. Expuesto por el profesor en lo que consistía el curso, parecía más de lo que podíamos soportar, pero luego, una vez puesto a hacerlos, se podía conseguir, aunque con mucho más trabajo que en otras asignaturas. Tras saber en qué iba a consistir el curso, comenzamos a dar teoría, empezando con una breve introducción en la que hablamos sobre el concepto de economía, los principales ideólogos y escuelas de la misma, haciendo un especial hincapié en la escuela “Annales” y en aquellos autores influidos por su tendencia, así como en el marxismo y la cliometría, mencionando a otros que por su menor importancia o general conocimiento no se explicaron de manera más específica. Posteriormente, continuamos con los antecedentes del tema que nos ocupaba, es decir, las bases de la economía en época medieval, en la que la economía, sin estar jamás conformada como tal, estaba totalmente influenciada por la religión cristiana sobre las bases del derecho romano y la tradición judía. Dentro de las teóricos existentes más o menos relacionados con la economía en la Edad Media: Santo Tomás de Aquino y Nicolás de Oresme. Posteriormente se pasó a explicar tendencias y sistemas propiamente pertenecientes a la Edad Moderna, entre las que destacaron, entre otras, el mercantilismo, la fisiocracia y los arbitristas, que personalmente me pareció esta última una clase sumamente interesante, pues el liberalismo económico de Adam Smith dióse por sabido. A continuación, pasamos a estudiar la agricultura en la Edad Moderna, uno de los temas capitales teniendo en cuenta que era el sector prioritario durante el periodo de tiempo estudiado, dado que más del 80% de la población se dedicaba a ella y que era la base de la economía de la época. Por último, dimos conceptos variados sobre la industria de la época. Por falta de tiempo, no pudimos completar el programa, aunque las discusiones mantenidas suplieron esas clases que nos faltaron, sobre todo en lo referente al comercio, ya que varios de nuestros compañeros tenían trabajos relacionados con el tema que salieron a relucir durante las clases.


Rocío Martínez López

domingo, 10 de febrero de 2008

Economía e historia del arte 10: El banquete nupcial, de Pieter Brueghel el Viejo


Título: El banquete nupcial
Autor: Pieter Brueghel el Viejo
Fecha: hacia 1567
Medidas: 114x164 cm.
Lugar de conservación: Kunsthistorisches Museum, de Viena.

Cambiando de registro, volvámonos un momento al mundo campesino del la Edad Moderna. Los campesinos representaban prácticamente el 90% de la población europea de la Edad Moderna y la agricultura era el medio de subsistencia principal en el que se basaba en la sociedad moderna y era la actividad de la que dependían todas las demás. Pero, aparte de todas las actividades agrícolas y cotidianas que llevaban a cabo a cuyas imágenes estamos más o menos familiarizadas, sus fiestas y celebraciones son menos conocidas a nivel general y este cuadro es uno de los más representativos de la celebración principal en la vida de los campesinos: el matrimonio.

La fiesta se celebraba en el granero de una granja; para la comida se ha dispuesto tableros sobre caballetes, ya que en el siglo XVI no había mesas grandes, ni siquiera en las casas pudientes. El caballero vestido de negro en el borde derecho ha tomado asiento sobre una tina boca abajo y el resto de los convidados está n sentados en toscos bancos. La única silla con respaldo se le ha ofrecido a un anciano, quizá el notario que había establecido el contrato matrimonial. En el respaldo del banco largo se han colocado estampas que se vendían durante las fiestas religiosas y las romerías. Dos hombres en el primer plano están sirviendo las escudillas de sopa, utilizando para ello una puerta a modo de bandeja y, aunque ambas figuras no son más que sirvientes, el hombre de la izquierda es el personaje más grande de todo el cuadro, realzado, además, por el colorido de su traje. Probablemente el artista no pretendía otra cosa que estabilizar una compleja composición: las dos diagonales formadas por los convidados de las filas delanteras convergen en este personaje y los bordes posteriores de su delantal están marcando el eje central. En el sombrero lleva unas cintas colgando, igual a las que los músicos han atado en sus instrumentos o muy similares a las que asoman por debajo de la camisa de otros hombres. Utilizadas habitualmente para atarse los pantalones, cuando se llevan atadas al sombrero o a los instrumentos estas cintas servían como insignia de un grupo determinado, señal de que los jóvenes se divertían en sus propios grupos cerrados incluso dentro de fiestas más multitudinarias.

Dos gravillas de trigo aparecen sujetas por un rastrillo que tiene el mango metido entre el gran apilado. A primera vista no se aprecia que todo el plano de fondo se componga de paja o de espigas, ya que se diferenciaban muy poco del suelo de tierra batida. También se podría pensar en un muro, pero el rastrillo hundido en la paja y en los ganchos de la horca que sujeta el paño verde detrás de la novia , así como las espigas que sobresalen en el cinto superior de las pilas de trigo, muestran a las claras que Brueghel quería representar algo especial. La imagen de un granero rebosante tenía hace 400 años un significado distinto al de los tiempos de excedentes agrícolas. Los cereales eran los elementos básicos de la alimentación y, en forma de pan o de sopas constituían la parte esencial de una comida. El espectáculo de un granero bien repleto significaba para los campesinos de la Edad Moderna pasar un año sin hambre, plaga que habitualmente golpeaba a la parte más indefensa de la sociedad europea.

El hombre con el traje negro de mangas abullonadas es probablemente el propietario de la granja; es imposible determinar si se trata de un burgués adinerado o de un aristócrata , ya que el privilegio nobiliario de llevar espada no se representaba de forma estricta. La nobleza y el clero, siendo los dos estamentos privilegiados, tenían una importante relación, lo que explica el hecho de que, en esta imagen, quien esté hablando con el aristócrata no sea ninguno de los numerosos campesinos, sino precisamente el monje, representante del estamento eclesiástico dentro de la composición. La cuchara en el gorro del servidor que aparece junto a ellos le señala como un pobre, concretamente considerado por los expertos como un jornalero. Los campesinos sin tierra y sin medios se convirtieron en trabajadores temporales que eran contratados durante la cosecha, la trilla o, incluso, durante las fiestas. En general, vivían en cabañas, eran nómadas que acudían allí dónde había trabajo o con la esperanza de conseguir una escudilla de sopa o un mendrugo de pan, por lo que iban siempre con aquella cuchara de madera con la que se le representa en la pintura.

En la esquina inferior izquierda vemos a un hombre llenando un jarro con algún tipo de bebida que no podemos identificar con seguridad. El jarro que se está llenando aquí es un recipiente para los hombres, ya que las mujeres, como observamos en la mesa, utilizaban jarras mucho más pequeñas. Seguramente sería vino o cerveza, ambas bebidas muy populares en la zona de los Países Bajos del siglo XVI, pero no identificamos ningún signo de embriaguez entre los comensales, aunque seguramente esto cambiaría con el paso de las horas, pues las fiestas matrimoniales duraban varios días en los que los excesos de todo tipo eran continuos.

Pero, aunque la novia, coronada y en el centro de los comensales, está perfectamente identificada, no podemos reconocer al novio entre todo el resto de comensales que acuden a la celebración. Quizá es el hombre que está llenando los jarros cuyo sitio, a la cabecera de la mesa y tapado por uno de los servidores, parece libre. En este caso estaría flanqueado por dos hombres, al igual que la novia lo está por dos mujeres. Pero, parece ser que había banquetes de boda a los que el novio no estaba invitado, ya que el día de la boda se consideraba ante todo el día de la novia. El sitio de la novia se pone de relieve mediante el paño verde a sus espaldas y la corona nupcial colgada sobre su cabeza. La novia en sí aparece inmóvil, con los ojos entrecerrados y las manos cruzadas, porque por aquella época la novia no debía hacer absolutamente nada el día de su boda, pues en una vida llena de trabajo, debía descansar por lo menos una vez. Tan sólo el noble y el clérigo aparecen asimismo con las manos cruzadas, pues tampoco trabajan físicamente. El resto aparece siempre haciendo alguna actividad.

La novia se distingue además del resto porque tiene la cabeza al descubierto, pues muestra por última vez de tal modo su cabellera en público, que desaparecerá muy pronto bajo la cofia característica de las mujeres casadas de los Países Bajos. Sobre la cabeza lleva una corona, la llamada corona nupcial cuyo valor se fijaba en muchas regiones. También se determinaba el número de invitados, cuántos platos se servirían durante la comida y el precio de los regalos ofrecidos a la novia. Las autoridades justificaban oficialmente estas reglamentaciones para proteger a las familias de hacer gastos excesivos, pero probablemente también sería un método de diferenciación social, evitando que los no privilegiados, independientemente de su posibilidad económica real, hiciera un dispendio que los aristócratas consideraban que sólo debían estar al alcance de los de su estamento.


Bibliografía:


"Los secretos de las obras de arte", de Rose Marie & Rainer Hagen, Tomo I, Taschen, 2000.


Rocío Martínez

viernes, 8 de febrero de 2008

Economía e historia del arte 9: San Eloy en su estudio, de Petrus Christus


Título: San Eloy en el estudio
Autor: Petrus Christus
Medidas: 98x85 cm.
Año: 1449
Lugar de conservación: Metropolitan Museum de Nueva York.

Cuatro años antes de la caída de Constantinopla en poder de los turcos que marca para los historiadores actuales el principio de la Edad Moderna, un pintor conocido como Petrus Christus nos legaba en este cuadro uno de los testimonios más fieles de lo que debía ser el trabajo y el aspecto de un taller artesanal de los Países Bajos a mediados del siglo XV y, sin duda, de los siglos posteriores.

En este cuadro, a primera vista se encuentran tres personajes en un espacio reducido, pero si nos fijamos en el espejo que hay en la esquina derecha del mismo, podemos observar que se introducen otros dos, que miran desde la calle al interior del taller del orfebre, pues según las leyes del gremio, los talleres debían estar abiertos havia la calle para que los clientes pudieran comprobar que los metales preciosos no estaban falsificados. El orfebre está pesando un anillo mientras que la pareja, ricamente vestida, le observa con atención, pero el artesano no está atento a lo que está haciendo, sino que mira al cielo, pues no es un simple orfebre, sino su patrón, San Eloy. Se trata de un cuadro piadoso, pero también un escaparate para los orfebres de su tiempo: a espaldas del santo, Petrus Christus representa anillos, jarritas de plata, un collar, broches y perlas, artículos de lujo que gozaban de una gran prosperidad en la zona de Brujas, donde se ubica este cuadro. Por aquel entonces la ciudad pertenecía al Gran Ducado de Borgoña, que se extendía entonces desde la frontera suiza hasta el Mar del Norte, siendo Brujas el centro financiero del ducado y de todo el norte de Europa, donde arribaban los veleros del mediterráneo y de Inglaterra, así como los navíos de la Hansa. Era un gran mercado donde se intercambiaban todo tipo de mercancías: maderas, cereales, pieles y pescado en salazón del norte y vino, alfombras, sedas y especias del sur, principalmente. Todos los comerciantes dedicaban una especial atención al peso de las mercancías, ya que las unidades de medida variaban de un país a otro y la estafa en las ventas era frecuente, por lo que no es casualidad que el protagonista de la imagen que nos ocupa esté enarbolando una balanza.

El comercio atrajo a las casas de cambio, las instituciones bancaras italianas escogieron Brujas como sede de sus dependencias en el Norte. En la ciudad circulaban monedas de oro de muchas naciones y sobre el mostrador del santo se pueden reconocer los florines de Manguncia, los “angels” ingleses y el escudo bogoñón de Felipe el Bueno que gobernaba en el momento en el que se pintó en este cuadro en el Ducado. Petrus Christus no representa al santo con el ninbo sagrado, ni con las vestiduras episcopales del cargo con el que el personaje histórico estaba relacionado, sino con un traje burgués como el que llevaban los clientes del pintor. San Eloy se convirtió en patrón de los herreros, los orfebres y los agentes de cambio, pues los tres gremios mantenían una capilla en común y, en los días de procesión sus miembros desfilaban juntos por la ciudad detrás del estandarte de los herreros que, si bien no eran los más distinguidos, constituían el gremio más poderoso. Pero, como en otras ciudades, los gremios medievales de Brujas contribuyeron a la prosperidad de su ciudad al igual que a su decadencia: los gremios se convirtieron rápidamente en un grupo cerrado para la defensa de sus privilegios. Replegados en sí mismo, cada vez aceptaban con mayor dificultad miembros ajenos al círculo (es decir, no recomendados, desconocidos o pertenecientes a las familias de los ya agremiados), rehusaban nuevas formas de producción, y se querellaban continuamente entre los gremios debilitando paulatinamente la institución y permitiendo al duque de Borgoña ganar cada vez más poder al respecto. En 1494, cuando ni siquiera había pasado medio siglo desde que se pintó este cuadro, Brujas había dejado de ser una de las principales ciudades comerciales de los Países Bajos, disputándose entonces la hegemonía comercial entre Bruselas y Amberes, y entrando en una franca decadencia de la que ya nunca se recuperaría.

En cuanto a los otros dos personajes que aparecen en primer plano, la leyenda dice que en el tesoro de la catedral de Noyon se guardaba un anillo que había realizado San Eloy para Santa Dagoberta. Se cuenta que Dagoberta había tenido numerosos pretendientes de noble condición, pero sus padres no querían tomar ninguna decisión sin el consentimiento del rey, que también estaba interesado en ella, pero cuando se pidió consejo al rey, apareció San Eloy enviado por Dios con su anillo de oro y declaró que la joven era esposa de Cristo, por lo que los especialistas piensan que este cuadro hace referencia a dicho pasaje de la vida del santo. Pero parece más probable que el pintor haya querido representar al santo como bienhechor y protector de un matrimonio secular, más que como el hombre que lo impidió. La fabricación de los anillos de boda era uno de los trabajos más lucrativos de los orfebres y, precisamente, el santo está representado pesando uno, pues delante de la pareja aparece el tradicional cinturón nupcial sobre el mostrador. Las pesas de la báscula se encajaban unas dentro de otras y se guardaban en el recipiente redondo que aparece con la tapa abierta y las monedas de oro apiladas al lado harán alusión al cargo que ocupaba la figura histórica de San Eloy como maestro real de monedas. Sea como fuere, en el siglo XV el santo también era patrón de los agentes de cambio que, por supuesto, gozaban de gran importancia en el centro bancario que representaba Brujas y configuraban una corporación dentro del gremio de los orfebres.


Los objetos más valiosos del taller del cuadro son las cucharas colgadas de la pared con finas cadenitas de oro. Se llamaban “lenguas de víbora” o “glossopetrae” y, en realidad, se trataba de dientes fósiles de tiburón que señalizaban la presencia de veneno cambiando de color cuando se tocaban. Estas “piedras de toque” se engarzaban y montaban con toda riqueza conforme a su importancia. Las copas de nuez de coco eran asimismo muy apreciadas, ya que a este fruto se le atribuía el efecto de un antídoto; un recipiente de este tip aparece en la estantería tapado a medias por la cortina. La mayoría de los objetos presentes en esta estantería cumplían esta doble función: servían de adorno y protegían del mal. A las ramas de coral se le atribuían poderes mágicos contra las hemorragias, el rubí preservaba de la gangrena, el zafiro curaba las úlceras, etc. El recipiente de oro y cristal junto al coral serviría, seguramente, para conservar reliquias o la Hostia Sagrada. Así, la religión, la magia y el pensamiento simbólico confirieron a la orfebrería un aura especial: aparte del valor y el poder mágico, una piedra preciosa también era un símbolo de duración y larga vida. El oro pasaba por ser la encarnación de todos los bienes de este mundo y símbolo del poder. Los orfebres se distinguían de los otros artesanos debido a su tradición, pues durante la Alta Edad Media trabajaron exclusivamente para la Iglesia y el soberano, los poderes de la institución divina y realmente los únicos que entonces se podían permitir la compra de los materiales que trataban y el pago de sus servicios.
Bibliografía:

"Los secretos de las obras de arte", de Rose Marie & Rainer Hagen, Tomo I, Taschen, 2000.
"Historia Mundial del Arte", Hugh Honour & John Fleming, Akal, 2004.



Rocío Martínez López



jueves, 7 de febrero de 2008

Economía e historia del arte 8: el retablo de Mérode, de Robert Campin






Título: El Retablo de Mérode
Autor: Robert Camping
Medidas: 120x64cm.
Lugar de conservación: Metropolitan Museum, New York.
Fecha: 1422-1430


Que el arte era monopolio de los más poderosos ha sido una constante en la historia es un hecho, pero no es óbice para que junto a los aristócratas, reyes y grades clérigos aparezcan personas de las más bajas condición, principalmente al representar episodios de las Sagradas Escrituras o pasajes de las vidas de los santos, pues, al mencionarse en ellas gentes de toda condición, los artistas representaban también a campesinos, artesanos y otros personajes de cualquier extracción basados en la realidad que vivían. En este retablo, llamado de Mérode, se representan, junto a los donantes representados a la izquierda, la Anunciación a imagen de familia burguesa y a un artesano como José en la imagen derecha que el artista representó copiando lo que veía a su alrededor. El José aquí representado es prácticamente una imagen verídica de otro tiempo que nos muestra la rutina de un artesano del siglo XV.

En este retablo, ni María ni el arcángel Gabriel enviado por Dios llevan aureola. Lo único que diferencia esta imagen de cualquier realidad cotidiana del momento son las alas del ángel y de una minúscula figura desnuda que entra por la ventana circular delantera y se desliza sobre siete rayos dorados directamente hacia María. Se trata de Jesús, y la cruz que lleva sobre los hombros significa que salvará a la humanidad mediante su sacrificio. Por tanto, no hay aureolas, ni Espíritu Santo en forma de paloma, ni arquitectura eclesial o palaciega; en lugar de ello, aparece una estancia de mediano tamaño con una mesa, un banco, una ventana y una chimenea, representados con un gran detallismo y esta tabla central constituye una de las primeras representaciones de una estancia burguesa. Pero, pese a todo, muchos de los detalles pintados con tanto realismo encierran un importante significado teológico: los lirios blancos del jarrón de cerámica, la toalla blanca y la palangana representan la pureza de María; la ausencia de puertas y la ventana entreabierta hacen referencia a su vida retirada; por otro lado, María no está sentada en el banco, sino delante de éste, en señal de humildad. María está leyendo un libro, pero no cualquiera, sino las Sagradas Escrituras, evidenciadas por sus páginas ribeteadas de oro que se advierten en el primer plano, pero no lo toca con las manos, sino con un paño, signo de respeto por la voluntad de Dios; de la misma manera, el respaldo del banco está rematado por dos leones, que aluden al trono del rey Salomón y, con ello, a la sabiduría de este rey. Es poco corriente, en cambio, la vela recién apagada: la llama acaba de apagarse en ese mismo momento como evidencia el humo que sale de ella, a causa del espíritu santo que ha descendido sobre María dejándola encinta de Jesús. Todo hecho sobrenatural, por lo tanto, es encubierto bajo la forma de una estancia burguesa cotidiana en el siglo XV.

Si bien la Anunciación es una representación habitual, no lo es que en ella aparezca José. Él no tiene ninguna función en este episodio de la Biblia, por lo que su presencia en este tipo de cuadros es escasa. Sin embargo, este tríptico pertenece a una de las pocas excepciones que hay al respecto: San José aparece representado en la tabla derecha como artesano. La exactitud con la que se han reproducido las numerosas herramientas, así como la concentración del santo al colocar la broca revelan la importancia que tenían, tanto para el pintor como para los personajes que encargaron el tríptico, esta profesión y su posición social. No era algo habitual, como ya se ha señalado: mientras la Iglesia y la aristocracia fueron los únicos mecenas, no se prestó ninguna atención a los artesanos, pero, durante los siglos XIV y XV, el crecimiento de las ciudades favoreció el incremento del poder y de la conciencia de la clase burguesa, que quería ver reflejado su propia concepción del mundo y su vida cotidiana en los cuadros que encargaban. Un detalle curioso es la ratonera que se observa sobre la mesa de trabajo de José: junto a las herramientas y los clavos hay también una cajita de madera que se ha identificado con una ratonera y cuya reconstrucción ha demostrado que funcionaba, pero que su significado teológico en la pintura todavía sigue siendo objeto de debate.

Por tanto, a pesar de lo terrenal que es el tríptico, repleto de objetos cotidianos sencillos, la obra alberga misterios, como la pared que separa la habitación de María del jardín de la izquierda: en el lado de María la pared no tiene puerta, pero en el otro sí. Esta contradicción se suele explicar a un nivel más elevado de significación y símbolos, pues el cuarto cerrado de la virgen haría alusión a que la Virgen vive apartada e intacto, mientras que el donante sueña que ella se ha hospedado en su casa. Él ha abierto una puerta desde fuera, ve a la santa madre con sus propios ojos y quizá la intención del donante es que le conceda una familia, herederos, con la mujer que tiene al lado que, con la mirada baja y tocas de casada, parece orar junto a su marido.
Bibliografía:
"Los secretos de las obras de arte", de Rose Marie & Rainer Hagen, Tomo I, Taschen, 2000.
"Historia Mundial del Arte", Hugh Honour & John Fleming, Akal, 2004.
Rocío Martínez López

jueves, 31 de enero de 2008

Economía e historia del arte 7:Díptico de Melun, de Jean Fouquet





Título: Díptico de Melun, también conocido simplemente como la Virgen de Melun.
Autor: Jean Fouquet.
Fecha: 1456
Medidas: 91x81 cm cada panel.
Lugar de conservación: la Virgen de Melun se conserva actualmente en el Mu
seo de Bellas artes de Amberes; el otro lado del panel, en la Gemäldegalerie de Berlín.

Durante la Edad Media y los comienzos de la Edad Moderna, la visión que se nos ha transmitido a través de la historia ha sido la de una sociedad estamental muy rígida, en la que, si bien no era imposible ascender, si muy complicado y en la que la nobleza se obtenía por nacimiento; fue posteriormente cuando los reyes generalizaron el uso de otorgar títulos nobiliarios por sus servicios a sus distintos colaboradores pertenecientes a familias no nobles. La sangre primaba pero, ¿hasta qué punto fue esto verdad? ¿El poder económico quedó relegado durante ese tiempo por la sangre? De ninguna manera. Podemos afirmar que antes de los famosos banqueros de principios de la Edad Moderna los burgueses y banqueros adinerados ya habían alcanzado un puesto más preponderante en su época que muchos nobles y el poder del dinero se habría paso. Nos sirve como ejemplo esta imagen de la que quizá sea una de las vírgenes más impactantes y, a la vez, más desconocida de la historia del arte europeo: la Virgen de Melun.

La obra consta de dos partes y cada una de ellas se expone en una ciudad diferente: el batiente izquierdo, en Berlín; el derecho, en Amberes. Se suponía desde mucho tiempo atrás que ambas podían haber sido concebidas como una unidad, pero hasta que no se demostró con análisis químicos que ambas tablas procedían del mismo roble que se taló en 1446 no se pudo tener la certeza. Separados durante la Revolución francesa, aún hoy ambas piezas siguen lejos la una de la otra.

Quien encargó esta pintura a Jean Fouquet fue el tesorero real Étienne Chevalier, al que se ve rezando de rodillas en el lateral izquierdo del retablo. Junto a él se encuentra el santo de su onomástica, san Esteban (Étienne en francés), al que se reconoce por llevar como símbolos los Evangelios y una de las piedras con las que fue martirizado, al igual que por la sangre que gotea desde su tonsura como resultado de las supuestas pedradas. En la imagen, el mártir intercede por el tesorero ante la Virgen María, reina de los cielos, situada en una esfera ultraterrena como demuestra su acompañamiento, en un trono llevado por los ángeles. La Virgen amamanta al niño, apareciendo con un pecho al descubierto, mientras que el niño Jesús, en su regazo, señala con el dedo índice al tesorero para indicar que sus plegarias han sido escuchadas y que puede esperar la misericordia de Dios. Este díptico permaneció durante siglos en Melun, ciudad situada al sur de París, colgado en su iglesia de Notre Dame sobre la sepultura del citado tesorero, donde debía conservarse para la eterna memoria de su donante.

El tesorero va ataviado con un traje rojo de fiesta, forrado de piel, con amplias hombreras y pliegues rígidos según la moda de la época. Chevalier, nacido en 1400, sirvió sobre todo a Carlos VII, en cuya corte desempeñó los cargos de secretario real, notario e inspector fiscal y, hacia mediados de siglo era responsable de las finanzas del reino en calidad de tesorero y pertenecía al consejo real. El rey se rodeó sobre todo de burgueses como Chevalier, gente que se lo debía todo a su protección, alejándose de la levantisca y ambiciosa nobleza. El monarca consiguió grandes éxitos en su reinado debido en buena medida al restringido grupo de dignatarios que le servía, incluyendo en este grupo a Étienne Chevalier, que consiguió grandes sumas de dinero para sufragar las largas campañas militares del rey y financió su victoria cuando el dinero de los impuestos tardaba en llegar. Pero en aquella época era habitual que una parte de las recaudaciones quedara en manos de servidores; la línea entre la propiedad privada y la propiedad pública era delgada y equívoca, como ya hemos advertido, pero Chevalier tenía fama de ser uno de los que menos se aprovechaban de su situación privilegiada junto al rey y de insobornable, algo que demuestra el hecho de que fuera elegido como albacea testamentario del médico de cámara, la favorita del rey e, incluso, del mismo Carlos VII. Pero un hombre como él, que debía su posición a la mera voluntad del rey, se encontraba totalmente expuesto, sin contactos o vínculos familiares que le respaldaran, si el rey decidía cambiar de colaborador, como ya le había pasado con otros servidores de Carlos VII, como ya le había ocurrido a otro burgués, Jacques Coeur de Bourges y necesitaba que un poder superior le protegiera, ideal en el cual debemos encuadrar esta pintura. Chevalier, un plebeyo, había alcanzado las más altas cotas de poder imaginable de la mano de un rey.

Volvámonos por un momento hacia la sugerente imagen que se nos muestra de la Virgen María. Fouquet no la representó como madre nutriente, ya que el niño Jesús no está mamando de su pecho. Y, sin embargo, este pecho desnudo tiene una justificación teológica: como Cristo le mostró a Dios Padre la herida del costado, María muestra su seno a los hombres en referencia a su función de intercesora en la Tierra y en el Purgatorio. Los rasgos de su rostro probablemente son los de la famosa Agnès Sorel, la amante del rey. Esta mujer era para sus contemporáneos la más bella del mundo. Y el rojo y azul que domina en los ángeles de su fondo tienen una fácil explicación si tenemos en cuenta de que rojo y azul eran los colores del rey de Francia.


Bibliografía:
"Los secretos de las obras de arte", de Rose Marie & Rainer Hagen, Tomo II, Taschen, 2000.
Rocío Martínez López