Título: San Eloy en el estudio
Autor: Petrus Christus
Medidas: 98x85 cm.
Año: 1449
Lugar de conservación: Metropolitan Museum de Nueva York.
Cuatro años antes de la caída de Constantinopla en poder de los turcos que marca para los historiadores actuales el principio de la Edad Moderna, un pintor conocido como Petrus Christus nos legaba en este cuadro uno de los testimonios más fieles de lo que debía ser el trabajo y el aspecto de un taller artesanal de los Países Bajos a mediados del siglo XV y, sin duda, de los siglos posteriores.
En este cuadro, a primera vista se encuentran tres personajes en un espacio reducido, pero si nos fijamos en el espejo que hay en la esquina derecha del mismo, podemos observar que se introducen otros dos, que miran desde la calle al interior del taller del orfebre, pues según las leyes del gremio, los talleres debían estar abiertos havia la calle para que los clientes pudieran comprobar que los metales preciosos no estaban falsificados. El orfebre está pesando un anillo mientras que la pareja, ricamente vestida, le observa con atención, pero el artesano no está atento a lo que está haciendo, sino que mira al cielo, pues no es un simple orfebre, sino su patrón, San Eloy. Se trata de un cuadro piadoso, pero también un escaparate para los orfebres de su tiempo: a espaldas del santo, Petrus Christus representa anillos, jarritas de plata, un collar, broches y perlas, artículos de lujo que gozaban de una gran prosperidad en la zona de Brujas, donde se ubica este cuadro. Por aquel entonces la ciudad pertenecía al Gran Ducado de Borgoña, que se extendía entonces desde la frontera suiza hasta el Mar del Norte, siendo Brujas el centro financiero del ducado y de todo el norte de Europa, donde arribaban los veleros del mediterráneo y de Inglaterra, así como los navíos de la Hansa. Era un gran mercado donde se intercambiaban todo tipo de mercancías: maderas, cereales, pieles y pescado en salazón del norte y vino, alfombras, sedas y especias del sur, principalmente. Todos los comerciantes dedicaban una especial atención al peso de las mercancías, ya que las unidades de medida variaban de un país a otro y la estafa en las ventas era frecuente, por lo que no es casualidad que el protagonista de la imagen que nos ocupa esté enarbolando una balanza.
El comercio atrajo a las casas de cambio, las instituciones bancaras italianas escogieron Brujas como sede de sus dependencias en el Norte. En la ciudad circulaban monedas de oro de muchas naciones y sobre el mostrador del santo se pueden reconocer los florines de Manguncia, los “angels” ingleses y el escudo bogoñón de Felipe el Bueno que gobernaba en el momento en el que se pintó en este cuadro en el Ducado. Petrus Christus no representa al santo con el ninbo sagrado, ni con las vestiduras episcopales del cargo con el que el personaje histórico estaba relacionado, sino con un traje burgués como el que llevaban los clientes del pintor. San Eloy se convirtió en patrón de los herreros, los orfebres y los agentes de cambio, pues los tres gremios mantenían una capilla en común y, en los días de procesión sus miembros desfilaban juntos por la ciudad detrás del estandarte de los herreros que, si bien no eran los más distinguidos, constituían el gremio más poderoso. Pero, como en otras ciudades, los gremios medievales de Brujas contribuyeron a la prosperidad de su ciudad al igual que a su decadencia: los gremios se convirtieron rápidamente en un grupo cerrado para la defensa de sus privilegios. Replegados en sí mismo, cada vez aceptaban con mayor dificultad miembros ajenos al círculo (es decir, no recomendados, desconocidos o pertenecientes a las familias de los ya agremiados), rehusaban nuevas formas de producción, y se querellaban continuamente entre los gremios debilitando paulatinamente la institución y permitiendo al duque de Borgoña ganar cada vez más poder al respecto. En 1494, cuando ni siquiera había pasado medio siglo desde que se pintó este cuadro, Brujas había dejado de ser una de las principales ciudades comerciales de los Países Bajos, disputándose entonces la hegemonía comercial entre Bruselas y Amberes, y entrando en una franca decadencia de la que ya nunca se recuperaría.
En cuanto a los otros dos personajes que aparecen en primer plano, la leyenda dice que en el tesoro de la catedral de Noyon se guardaba un anillo que había realizado San Eloy para Santa Dagoberta. Se cuenta que Dagoberta había tenido numerosos pretendientes de noble condición, pero sus padres no querían tomar ninguna decisión sin el consentimiento del rey, que también estaba interesado en ella, pero cuando se pidió consejo al rey, apareció San Eloy enviado por Dios con su anillo de oro y declaró que la joven era esposa de Cristo, por lo que los especialistas piensan que este cuadro hace referencia a dicho pasaje de la vida del santo. Pero parece más probable que el pintor haya querido representar al santo como bienhechor y protector de un matrimonio secular, más que como el hombre que lo impidió. La fabricación de los anillos de boda era uno de los trabajos más lucrativos de los orfebres y, precisamente, el santo está representado pesando uno, pues delante de la pareja aparece el tradicional cinturón nupcial sobre el mostrador. Las pesas de la báscula se encajaban unas dentro de otras y se guardaban en el recipiente redondo que aparece con la tapa abierta y las monedas de oro apiladas al lado harán alusión al cargo que ocupaba la figura histórica de San Eloy como maestro real de monedas. Sea como fuere, en el siglo XV el santo también era patrón de los agentes de cambio que, por supuesto, gozaban de gran importancia en el centro bancario que representaba Brujas y configuraban una corporación dentro del gremio de los orfebres.
Los objetos más valiosos del taller del cuadro son las cucharas colgadas de la pared con finas cadenitas de oro. Se llamaban “lenguas de víbora” o “glossopetrae” y, en realidad, se trataba de dientes fósiles de tiburón que señalizaban la presencia de veneno cambiando de color cuando se tocaban. Estas “piedras de toque” se engarzaban y montaban con toda riqueza conforme a su importancia. Las copas de nuez de coco eran asimismo muy apreciadas, ya que a este fruto se le atribuía el efecto de un antídoto; un recipiente de este tip aparece en la estantería tapado a medias por la cortina. La mayoría de los objetos presentes en esta estantería cumplían esta doble función: servían de adorno y protegían del mal. A las ramas de coral se le atribuían poderes mágicos contra las hemorragias, el rubí preservaba de la gangrena, el zafiro curaba las úlceras, etc. El recipiente de oro y cristal junto al coral serviría, seguramente, para conservar reliquias o la Hostia Sagrada. Así, la religión, la magia y el pensamiento simbólico confirieron a la orfebrería un aura especial: aparte del valor y el poder mágico, una piedra preciosa también era un símbolo de duración y larga vida. El oro pasaba por ser la encarnación de todos los bienes de este mundo y símbolo del poder. Los orfebres se distinguían de los otros artesanos debido a su tradición, pues durante la Alta Edad Media trabajaron exclusivamente para la Iglesia y el soberano, los poderes de la institución divina y realmente los únicos que entonces se podían permitir la compra de los materiales que trataban y el pago de sus servicios.
Bibliografía:
"Los secretos de las obras de arte", de Rose Marie & Rainer Hagen, Tomo I, Taschen, 2000.
"Historia Mundial del Arte", Hugh Honour & John Fleming, Akal, 2004.
Rocío Martínez López